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En  terminología emprendedora, el capital semilla es “el que se aporta en los primeros momentos de un proyecto, cuando aún no es capaz de generar ingresos y los flujos de caja exigen la aportación de capital para poner a andar el negocio”, según BBVA. Estos primeros ingresos para la compañía suelen venir de distintas fuentes: aportaciones iniciales de los socios, FFF (Friends, Family and Fools, o lo que es lo mismo: amigos, familia y tontos) o business angels, entre otros.

El capital semilla tiene un objetivo claro: que la empresa inicie su actividad y empiece a ser autosuficiente. Es el impulso con el que la bicicleta empieza a rodar y a generar los ingresos suficientes para costear todos los gastos generados. 

Por esta razón, el capital inicial de la empresa se suele utilizar de forma muy racional. Nada de grandes sueldos de ejecutivo. Lo principal es que permita quemar etapas a la empresa y crecer de forma sostenible. Otra característica importante del capital semilla es que se aporta a la empresa en sus primeros momentos de vida, como ya hemos dicho, y eso implica que haya un riesgo considerable para los inversores. “La decisión de invertir no se basa por lo tanto en unas altas probabilidades de generar flujos de caja si no en la confianza en la idea, en el proyecto y en el equipo que lo llevará a cabo”, aseguran en El blog Salmón.

Este mismo portal de información económica publicó que, en España, las cantidades aportadas en concepto de capital semilla se sitúan entre los 50.000 y los 200.000 euros. En países con una gran cultura emprendedora, como Estados Unidos o Israel, estas cifras pueden ascender hasta el millón de euros.

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